jueves, 28 de agosto de 2008

Celebración con contratiempos: el quinto aniversario de la CVR y el enfrentamiento con infiltrados fujimoristas

Este jueves 28 de Agosto tuvo lugar un evento de gran trascendencia para todos quienes creemos en el valor de os derechos humanos: la conmemoración del quinto aniversario del informe final de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación. El evento comenzó alrededor de las 4 de la tarde, por algunos contratiempos llegué recién a las 7 como el único representante del consejo de Letras que hizo acto de presencia. Había en una parte del pasto un conjunto de velas conmemorativas de las víctimas de la violencia, una banda de música folklórica y grupos de actores con trajes típicos de los Andes que se iban presentando frente a una nutrida concurrencia de todas las procedencias: estudiantes universitarios, escolares, grupos parroquiales, asociaciones de víctimas, activistas de diversas ONGs y movimientos de derechos humanos de toda clase.


En ese momento estaba hablando la defensora del pueblo, Beatriz Merino en un interesante discurso en el que resaltaba la lucha de la Defensoría contra la impunidad y la imprescriptibilidad de violaciones de los derechos humanos cuando se ven casos como los de Barrios Altos y la Cantuta o El Frontón y San Juan de Lurigancho. Después siguió la hija del dirigente minero asesinado por paramilitares de Rodrigo Franco, Saúl Cantoral, exigiendo reparaciones y castigo a los culpables. Yo iba paseando de un lado buscando a colegas que hubiesen asistido al evento (nunca tantos como hubiese querido a pesar de la numerosa concurrencia). En eso llegó el plato fuerte: la intervención de nuestro ex rector y ex presidente de la CVR, Salomón Lerner. Su discurso denunciaba los escasos avances en estos años en el cumplimiento del aporte de la comisión, la permanencia de los males sociales que habían dado pie a la violencia y el mantenimiento de un orden político marcado por el primitivismo y la escasa propensión al diálogo de muchos de sus representantes. Y fue justo en ese momento, en una imagen extremadamente gráfica que pareció reflejar todo lo que había diciendo que unas 20 personas se sacaron los polos y mostraron otros con el retrato de Fujimori: eran infiltrados y empezaron a atacar las velas dedicadas a los muertos y a enfrentarse con los asistentes. Su agresión se debía menos a las palabras del orador que al hecho de que la televisión se hubiese puesto a transmitir el evento y quisiesen robarse cámaras.


En ese momento temimos lo peor, ¿se desataría una batalla campal? ¿estarían armados? ¿la policía entraría a dispersarnos? Por suerte no hubo nada de eso. La mayoría de que estabamos ahí demostramos que no eramos la clase de gente a la que se había referido Lerner y sólo coreamos consignas de repudio contra la agresión. Finalmente los invasores fueron dispersados y el evento siguió sin mayores contratiempos (una intervención de Ronald Gamarra y una escenificación de pueblos andinos de clausura seguida por los entusiastas bailes de algunos).

Sin embargo, nos quedó un mal sabor de boca. De repente las palabras de Lerner (y también las de Gamarra) sobre los peligros de la intolerancia y de una reacción antidemocrática que amenazase lo logrado en derechos humanos se volvió algo mucho más vívido. Literalmente, vivimos la amenaza en carne propia. Y por un momento me puse a pensar en el horror de esos asesinos ayacuchanos o de esos mismos pobladores y estudiantes limeños en Barrios Altos y La Cantuta, cuyas vidas fueron cegadas de un momento a otro por la irrupción brutal de unas fuerzas del orden que pisotearon las reglas democráticas con el aval de la clase política, representada, entre sus miembros más "ilustres", por los fujimoristas. Pero no todo fue miedo o amargura, el acontecimiento produjo en mí y seguramente en muchos otros, una reafirmación de nuestra determinación en defender la cultura de paz y los valores democráticos pues cuando estos se degradan las personas están a merced de la horda, ya sea esta de terroristas, paramilitares, agentes del gobierno o simplemente ciudadanos intolerantes.

















Cerraré este comentario con una breve reflexión. Desde que salió el informe de la CVR se la ha calificado su propuesta de derechos humanos como la agenda de una izquierda caviar representada en las ONGs y universidades (la Católica muy notoriamente) desconectada de las opiniones y las experiencias de la gente de a pie. Quizás tengan en parte razón. El interés por el tema ha sido preferentemente el de una minoría "ilustrada" y la la izquierda lo ha apoyado con un entusiasmo mayor que otros grupos, haciendolo aparecer a ojos de fuera como algo exclusivo a su propuesta. Por lo mismo le han dado un enfoque posiblemente más radical que el que tenían en mente muchos comisionados, enfocándose sobretodo en los excesos del ejército con un sesgo que algunos consideran demasiado anticastrense y prestando quizás muy poca atención a los igualmente graves crímenes de los subversivos. Pero de ser las cosas así yo me pregunto, ¿por qué no puede ser la protección de los derechos fundamentales, la reparación a las víctimas de las violaciones a estos y el castigo a los responsables un interés del grueso de la sociedad? ¿que tengamos diferencias sobre como interpretar la labor de la comisión debe impedir que estemos de acuerdo en que se cometieron actos criminales y en que no puede haber justicia sin reparación? No estoy de acuerdo en pensar que haya que ser un radical para apoyar la causa de la dignidad humana, ¿no es acaso este un principio de la fe cristiana arraigada en nuestra sociedad? Este es un problema que nos concierne a todos y merece ser defendida con más entusiasmo justamente por aquellos que están más expuestos al abuso, quienes no son precisamente académicos o estudiantes comprometidos. Esta no es la causa de rojos, azules o verdes, es la causa de la democracia y todos debemos unir fuerzas en su promoción porque en ella gana la mayoría.

Agradecimientos por las imágenes a http://renatoconstantino.blogspot.com/2008_08_01_archive.html